Mi abuelo

Rincón Literario

Mi abuelo

A falta de televisión, o de cualquier otro distractor, mi abuelo, tenía la bella costumbre todas las noches después de la cena, de contarnos varias historias, las cuales eran leyendas del pueblo, pero enriquecidas con su propia imaginación e ingenio.

Contaba que en su juventud, bebía licor muy de vez en cuando, pero que cuando lo hacía era por algo… al extremo de ir a pernoctar a la orilla del río, con sus amigos, por más de un mes, con quienes, compartían la ardua tarea de fabricar su propia “cusha”, y para el efecto llevaban de sus casas, lo necesario para no pasar “penas”, llevaban trastes, ponchos, gallinas o pollos, guitarras y un acordeón que era uno de los instrumentos que el tocaba y si la comida se terminaba, regresaban a su casa y a hurtadillas vigilando que sus esposas no los vieran, tomaban mas comida , para continuar con sus largas faenas.

El asunto, es que después de varios años de “cultivar” esta manera peculiar de divertirse, llegó el momento de poner un punto final a sus malos hábitos, al fin y al cabo recalcaba, “todo es cíclico en la vida” y se vio obligado a tomar esta fatal decisión, porque una noche de regreso a su hogar, después de haber dejado a todos sus “colegas” en sus respectivas casas, se le cruzo, de repente, en la total oscuridad, ese ser mítico y famoso en mi pueblo, que se dedica a cuidar a los que les gusta embriagarse, sí, estoy hablando del “cadejo”.

Bueno, pues ese día el cadejo, andaba de malas pulgas, seguramente se había cansado, de andarlo cuidando, sin recibir remuneración o agradecimiento alguno, y había decidido cobrárselas a su manera y cargando a mi abuelo lo llevo a la orilla del barranco más profundo, cerca del “palo gacho,” atándolo con una fuerte y gruesa soga a la rama de un pino, boca abajo, decía mi abuelo que al despertarse con tremendo dolor de cabeza y muchísima sed, se dio cuenta que no iba a ser fácil, bajar de aquel altísimo árbol, por lo que decidió esperar hasta que algún buen parroquiano pasara por el lugar, para pedirle favor de que lo desatara y así poder bajarse de tan incómoda posición. Por cierto tuvo que esperar varias horas para que esto sucediera, lo que le sirvió de total escarmiento a mi santo abuelito.

Jueza Delma Belén Figueroa Cruz

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